29.09.10
Por su interés copiamos textualmente el artÃculo aparecido en la sección Historias de los lectores de El PaÃs.com. Lo firma un lector anónimo desde la costa del PacÃfico de EEUU.
Estudié toda mi vida con becas. Eso, dicho asÃ, parece una frase hecha, pero no. Estudié toda mi vida con becas, que significan -entre otras cosas- dinero de todos los contribuyentes. Con 14 años, el estado empezó a pagarme 14.000 pesetas anuales a modo de beca para materiales. Tengo 31 años, asà que hablamos de 14.000 pesetas del año 1993. Desde los 17 me becaron con 32.000, con lo cual para cuando acabé el instituto el Estado habÃa ingresado en mi cuenta 92.000 pesetas contantes y sonantes.
Entré en la Universidad y también tuve becas, nunca tuve que pagar ni una sola matrÃcula. A una media de, pongamos, 75.000 pesetas por curso, eso hacen 375.000. Además, recibà una beca escolar que, de media, eran unas 150.000 pesetas anuales: 750.000 en los cinco años. En quinto de carrera tuve, además, una beca de colaboración de mi Departamento. Se suponÃa que era para aprender investigar, pero lo único que me enseñaron fue a cargar carretillas de papel para la fotocopiadora, hacer funcionar la fotocopiadora y cambiar el tóner de la fotocopiadora. Me pagaron 23.000 pesetas al mes, diez meses. Total hasta aquà 1.447.000 pesetas. Unos 8700 euros.
Recibà cuatro becas diferentes para hacer el doctorado. La primera que acepté era de una fundación que me pagaba cuando le parecÃa oportuno, no me daba recibos del pago y, además, me metió en lÃos con Hacienda. En cualquier caso, seis meses a 600 euros, 3600 euros. Poco tiempo después recibà otra con patrones que me timaron en menos aspectos. No me contrataron, pero me hicieron firmar dedicación completa. Trabajé para ellos bajo la miserable forma de una beca: di clases, publiqué en revistas, hice estancias de investigación… pero dÃas cotizados, cero. 800 euros al mes, 36 meses, 28.800 euros en total. A eso hay que sumar tres estancias de investigación en prestigiosos centros del extranjero, a digamos 1200 euros de subvención cada una. Esto ya parece el 1, 2, 3… 41.100 euros de todos los españoles. El último año, por fin, los becarios de investigación conseguimos que se nos hiciera un contrato. A la hora de firmarlo, te daban un papelito donde tenÃas que firmar que renunciabas a tu baja maternal, en caso de quedarte embarazada. Eso sà que son polÃticas de conciliación y lo demás cuentos. Nos daban, por primera vez, paga extra. Se la llevó Hacienda, pero la sumo igual. Doce meses, catorce pagas, a 1100 euros, 15400 euros, 56.500 en total.
Ahora viene la pirueta. Después de seis años trabajando para la Universidad, habÃa cotizado un año. Cobré el paro y envié currÃculos. 630, mi madre lo recuerda bien. Durante mis dieciséis años en el mercado laboral español tuve los empleos más diversos además de la Universidad: guÃa turÃstica para la tercera edad, traductora de manuales deportivos, profe particular, manufacturera -que no diseñadora- de bolsos y abalorios, dobladora de anuncios de radio… Que no se diga que no lo intenté en varios campos.
Lo intenté con todas mis fuerzas. Me agarré a la tierra de Asturias con pies y manos. Estuve un año en el paro, con una carrera, un máster, un doctorado, cuatro idiomas y dispuesta a trabajar de lo que saliese… pero no salió nada. En unos estaba demasiado formada, en otros no daba, literalmente, la talla -hasta para dependienta de tienda de ropa de adolescentes me presenté-, asà que decidà emigrar. El camino fuera de Europa no es sencillo: veo a mis padres por Skype, mi presencia empieza a borrarse de los recuerdos de mis amigas -«¿todavÃa vivÃas aquà cuando pasó eso?»- y suplico a las alturas que el señor de inmigración no se quede con mi barra de turrón de Suchard y mis latas de bonito en aceite cuando vuelvo, siempre antes de Reyes, a incorporarme a mis clases en una estupenda Universidad de la soleadÃsima costa estadounidense del PacÃfico. Lo más triste es que soy feliz aquÃ, a pesar de que veo la tristeza inmensa en los ojos de mis padres.
En resumen, España invirtió en mÃ, directamente, casi diez millones de pesetas, además de la formación universitaria, y ahora lo está aprovechando otro paÃs: un lugar donde me siento un miembro útil y productivo de la sociedad. El problema más grande es que mi caso no es único. De mis quince compañeros del doctorado, solo dos están trabajando en España, en condiciones lamentables, eso sÃ, en la Universidad. Solo en nosotros, solo en nuestro pequeño rinconcito de la sala de becarios con sus palomas anidadas en una ventana, el Estado español tiró a la basura 130.000.000. Ciento treinta millones de pesetas que estábamos deseando revertir a la sociedad en aquello para lo que nos habÃamos formado, pero no nos resulta posible. Trabajamos un tiempo gratis, mucho tiempo sin contrato, muchas más horas que una jornada estándar, sin sanidad, sin derecho a baja maternal, sin derecho a paro y, sobre todo, sin derecho a quejarnos. Porque éramos unos privilegiados, la creme de la creme de la intelectualidad que iba a llevar a España a cotas nunca antes conocidas. Y eso último es lo único cierto. Somos la generación que va a llevar a España a cotas nunca antes conocidas de desesperación, de frustración, de angustia, de parturientas añosas, de abuelos que van a tener que aprender chino o inglés para preguntarle a sus nietos -por skype- de qué color es la bici que piden a los Reyes Magos en casa de los abuelitos y que les va a llegar por correo.
* Este lector ha pedido expresamente que no facilitemos su nombre.
El coste de las becas
29.09.10 Por su interés copiamos textualmente el artÃculo aparecido en la sección Historias de los lectores de El PaÃs.com. Lo firma un lector anónimo desde la costa del PacÃfico de EEUU. Estudié toda mi vida con becas. Eso, dicho asÃ, parece una frase hecha, pero no. Estudié toda mi vida con becas, que significan -entre otras cosas- dinero de todos los contribuyentes. Con 14 años, el estado empezó a pagarme 14.000 pesetas anuales a modo de beca para materiales.
Ciencia y pseudociencias 2010
Si tienes interés, curiosidad, sentido común
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