«35P/Herschel-Rigollet: soy un cometa», relato ganador del IV certamen «La Ciencia y tú» (Margarita Gómez, cat.especial)
Las luces se apagan y la sombra de Carolina Herschel se pasea entre los visitantes que permanecen sentados en la sala del Planetario del Museo de la Ciencia. La música del oboe que acompañó su infancia se desliza por el ambiente y cuando la voz en off comienza a explicar las maravillas del Cosmos, ella rememora su vida.
Su infancia, marcada por la dualidad entre su madre, que querÃa para ella una educación femenina propia del siglo XVIII en el cual nació, y su padre, que la abrió los horizontes de la cultura y la condujo, tras su muerte, a abandonar su hogar en Alemania y trasladarse con su hermano William a la corte de rey Jorge III, en Inglaterra. Siguiéndole a él comenzó sus estudios de astronomÃa y tener su propio observatorio fue uno de sus sueños conseguidos.
Soñar…, el ambiente invita a soñar.
Al mirar el cielo estrellado del planetario, recuerda la ilusión de ser nombrada ayudante de su hermano: el astrónomo del Rey.
Juntos descubrieron mil estrellas dobles. ¡Cuántas horas de observación¡ ¡Cuantas noches mirando al cielo¡ calculando, describiendo, explicándose, preguntándose… demostrando que existe gravedad fuera del sistema solar.
Y luego seguir trabajando, ella independientemente, descubrir ocho cometas, nebulosas, hacer catálogos, incansable, inagotable, persistente en el esfuerzo, que reconocieron sus contemporáneos, a pesar de su condición de mujer , con la medalla de oro de la Royal Astronomical Society.
Carolina sonrÃe al recordar la polémica cuando la nombraron miembro de la Real Academia Iralndesa o cuando poco antes de su muerte y ya de vuelta en Hannover recibió la Medalla de Oro de las Ciencias del rey Federico-Guillermo de Prusia.
Una vida prolija, dilatada, 97 años entregados a indagar en la inmensidad del Universo que nos rodea y que ahora se apaga entre el aplauso de los espectadores que han viajado, sin saberlo, junto con la primera mujer astrónoma profesional.