Relatos finalistas ‘Premio del jurado’
#RELATO 1
BOLA DE FUEGO
Como consecuencia de las lluvias torrenciales de 1635, las minas imperiales de Potosí convertidas en una ciénaga, permanecían cerradas.
Aquella noche un joven inca que seguramente no alcazaba los doce años de edad fue severamente castigado. Su pecado; manifestar que había visto al dueño y señor del inframundo, el Dios Tío. En la mitología andina, incluso pronunciar su nombre, resultaba peligroso. Auténtico Dios-diablo, ofrecía protección a los mineros de Cerro Rico pero también era el responsable de los accidentes mortales que a menudo acontecían en sus dominios.
Minutos antes, el pequeño muchacho se había adentrado en una galería atraído por un extraño resplandor procedente del interior de la tierra. Allí fue recibido por una espeluznante visión que inmediatamente fue reconocida como la deidad minera. Una suerte de sapo gigante con la mirada de fuego y dos descomunales cuernos metálicos por donde emergía un denso y vaporoso calor que acompañado de un silbido atronador ascendía por las paredes de la mina hasta el reino de los vivos.
Pasado el sobresalto y después del escarmiento, a la mañana siguiente, el pequeño regresó al mismo lugar, esta vez acompañado por su padre, para averiguar lo que había ocurrido verdaderamente la noche anterior. Mientras observaban con sorpresa como cientos de mineros regresaban de nuevo a la extracción de mineral, descubrieron estupefactos a los pies de la mina, la emergencia de un formidable estanque que apenas hace unas horas no existía. Sin pronunciar palabra alguna, ni cruzar la mirada entre ellos, idéntico pensamiento asaltó su cabeza:
– Sólo el poder mágico del Dios de la mina ha podio extraer el agua del fondo de la mina en tan poco tiempo-.
Ninguno de los dos, ni siquiera con el paso de los años, averiguaría que en realidad habían presenciado el funcionado de la primera máquina de vapor en el continente americano. Un artilugio diseñado para desaguar las minas por un militar navarro, Jerónimo de Ayanz y Beaumont, en los albores del siglo XVI. El invento bautizado con el nombre de “Bola de fuego” consistía en una caldera esférica calentada por un horno de leña que producía un vapor que salía por un conducto a gran velocidad y al llegar al fino orificio de su extremo, generaba un movimiento continuo del líquido interior expulsando el agua retenida en la mina hacia fuera. Con certeza y éxito fue utilizada en las minas de Guadalcanal de Sevilla y quién sabe si una “Bola de fuego” también pudo ser utilizada en los confines del imperio donde nunca se ponía el sol.
RELATO #2
Era el día del lanzamiento. El cohete estaba preparado y esperaba imperturbable a que llegara el momento de la cuenta atrás. En unos minutos, todos sus sistemas se activarían y comenzaría a rasgar las capas bajas de la atmósfera.
Todas las personas implicadas en el proyecto se esmeraban para que todo funcionara según lo previsto. Sus corazones latían con fuerza, pero sus rostros mostraban una concentración absoluta: querían que todo saliera bien. El trabajo que realizaba cada persona era imprescindible y la coordinación, esencial. Después de un año de trabajo, aquel día era su bautismo de fuego.
Carolina, Paula y Javier se encontraban en las cercanías del cohete. Realizaban las últimas comprobaciones y tendrían que alejarse pronto por motivos de seguridad. Alejandra y Juan José eran los que estaban más nerviosos, ellos participaron en la construcción de la estructura y el armazón del cohete. Si cometieron algún error durante el proceso, ya no lo podían solucionar, el lanzamiento era inminente. En la misma tesitura se encontraban Andrés y Zaida, ellos crearon la plataforma y el mecanismo que permitiría despegar al esbelto ingenio.
Carlos y Martina estaban encargados de documentar todo el proyecto. Esta era una parte importante del mismo. Si todo salía mal podrían averiguar por qué. Si todo salía bien podrían estudiar cómo mejorar. Santiago e Irene contestaban a las preguntas de algunos periodistas. Respondían con ilusión, con un brillo especial en los ojos, sabían que formaban parte de algo importante. Irene explicaba las fuerzas físicas que entrarían en juego en el momento del lanzamiento.
Una multitud se había congregado en las cercanías del cohete: niños y adultos. Un perímetro de seguridad mantenía alejada a la gente. Sin embargo, los presentes no parecían preocupados, sino expectantes. Observando sus caras también podía apreciarse orgullo. Estaban viendo el nombre de su pequeña ciudad serigrafiado en el cuerpo de un cohete, algo que no es habitual.
La megafonía emitió un aviso. Una voz grave anunció que quedaba un minuto para el momento crucial. Todos se habían alejado ya del cohete. Zaida estaba en el control de lanzamiento, ella sería la encargada de activar el sistema de despegue. La gente sonreía. La voz avisaba por megafonía: debían estar atentos, todo sucedería muy rápido. Diez, nueve, Carolina cruza los dedos, seis, Santiago aprieta sus puños, tres, dos, uno…
El cohete salió disparado hacia arriba con una aceleración brutal. Todos levantaron la cabeza y pudieron verlo elevándose. Llegó tan alto que apenas era un punto en el cielo. No se había quemado ni una gota de combustible, el cohete funcionaba con aire comprimido y agua. En un momento determinado, una mancha oscura pareció desprenderse del cohete. La gente empezó a murmurar, pero los participantes en el proyecto dibujaron una sonrisa pícara: era una pequeña sorpresa y, por suerte, había salido bien. El cohete de plástico comenzó a descender frenado por un pequeño paracaídas. Finalmente aterrizó de forma suave en las proximidades del lugar del lanzamiento. La gente aplaudía emocionada y hablaba sobre el futuro de aquellos jóvenes.
Aquel cohete no llegó a estar en órbita, ni llevó a alguien a la Luna, pero llevó lejos la ilusión y la curiosidad del grupo de niños de once años que trabajó en el proyecto. Ya estaban pensando y debatiendo en cómo mejorar su cohete. Sus profesores se sentían orgullos. Aquel día, en aquella pequeña ciudad española, la ciencia ganó un grupo de jóvenes promesas y la gente comenzó a soñar con el futuro.
RELATO #3
ROMÁN Y SABINO
Román, con ropa color tabaco y ojos rubios estaba sentado junto a la ventana, en la mesa de siempre, con su café con leche. Eran las diez de la mañana y tres chicas caminaban elásticas, los ojos brillantes y las carpetas cubriéndoles el pecho, hacia la facultad de Físicas.
— ¿A dónde irán esas? ¡Pero qué se creen!
— ¿Pero se puede saber qué majaderías dices? –dice Sabino, con su cabeza llena de ondas blancas y su blanca barbita. ¡Vives en un mundo que no existe desde hace 50 años! Las chicas son hoy mejores en la universidad que sus compañeros. Sin ir más lejos mi nieta Laura ha acabado Biotecnología y está haciendo la tesis estudiando el cáncer en ratones. En el laboratorio son cinco y tres de ellos – seguro que los mejores- son chicas.
— ¡Vale, vale! Pero no lo decía por ser mujeres. Me refería a que éste es el país del Quijote y de Unamuno. España siempre ha sido el baúl donde se almacena la espiritualidad de occidente. No somos cabezas cuadradas. No nos interesa inventar bombillas, lo nuestro es dotar de sentido a la vida e iluminar con nuestra sabiduría el frío conocimiento de los científicos de Europa y América. ¡Y las bombillas que ellos inventan también brillan aquí! Lo que tenemos que hacer es fomentar nuestra cultura y hacer que les ilumine a ellos.
— ¡Ay mi madre! ¡Ésta sí que es buena! ¡Román, lo tuyo no tiene remedio! Pero vamos a ver, no te has enterado de que la ciencia ha descubierto la belleza del mundo. Ha descubierto por qué brillan las estrellas y por qué las mariposas son hermosas; por qué te enamoras y por qué sientes compasión o pena. La ciencia no es fría o cuadriculada. La ciencia, hoy, es la pasión por encontrar y descubrir la verdad: pero toda la verdad, la que se esconde en los granos de polen y en el color naranja; la verdad de por qué envejeces y de por qué te enamoras, de por qué se extinguieron los trilobites y los neandertales, de por qué tus hijos se parecen a ti y de por qué te cuesta tanto dejar de fumar.
— Déjate de tonterías: la ciencia no te dirá nunca para qué estás vivo. Ni nos dota de ideales ni de una moralidad. La ciencia es puro materialismo. Y en España siempre hemos fomentado la espiritualidad y la trascendencia. Lo nuestro es la literatura y la filosofía. ¿Qué país puede presumir de un Siglo de Oro como el nuestro? ¿O de una generación del 98 como la nuestra? O de una paella, una fabada, una tortilla de patatas, un jamón serrano o un salmorejo como el nuestro? Eso es España, no laboratorios ni salas de ordenadores. Cada uno tiene que hacer lo que hace bien.
— Mira, en eso tienes razón. Pero no en que en España seamos mejores en literatura o poesía o incluso cocina que otros países. El que tú no lo conozcas solo muestra tu ignorancia. Y tampoco es cierto que en España no seamos capaces de hacer ciencia. Nuestros jóvenes compiten de igual a igual con los mejores de Europa o América. Publican sus trabajos en revistas internacionales y obtienen becas y puestos de investigación en los mejores centros de Alemania, Estados Unidos o Japón. Y otra cosa, si la ciencia no te dice para qué estás vivo, nadie te lo dirá. La ciencia es la única vía de conocimiento real. Lo demás son cuentos chinos. No puedes creer en relatos que apoyan su verosimilitud en una supuesta autoridad o en un lejano pasado o en dioses tan fruto de la imaginación como el pato Donald. La religión y la ciencia son incompatibles. La ciencia siempre se replantea a sí misma, siempre está dispuesta a rebatirse y a enmendarse a la luz de la evidencia. La religión, al contrario, no busca respuestas, pues ya tiene las respuestas a todas las preguntas. No se enmienda, ni corrige, ni progresa. No busca, se extasía. Por eso la religión no nos puede ayudar a entender cuál es el sentido de la vida ni qué significa el amor.
Sabino se quedó un momento callado y le devolvió la sonrisa a una de las jóvenes que caminaba hacia la Facultad de Físicas, con los libros tapando un pecho lleno de ilusiones y sueños: de ser científica, de investigar y descubrir el cómo y el porqué de todo; de hacer ciencia. Con eñe. Como España.