Relato finalista ‘Premio del público’ del XIV concurso ‘La Ciencia y tú’
#RELATO 1: DONDE BRILLA EL ORO
Llueve como si fuera para siempre y el viento frÃo golpea el carruaje. Acaba de cumplir los veinticuatro y tiene que volver al campo, junto al rÃo Witham, a una casa de piedra gris, porque cerraron el colegio por la peste bubónica. Una epidemia que va a matar a más de una persona de cada cinco en Londres. Pero en vez de miedo, se siente pletórico y emocionado, porque se ha traÃdo un baúl de libros y porque ahora, por fin, va a poder trabajar sin interrupciones. ¡Y tiene tanto que hacer! No sabe como no se ha venido antes al viejo caserón donde nació, lejos de la gente. No se ha quitado el abrigo y ya está encendiendo el fuego bajo el matraz, para intentar sacar oro de las piedras de azufre y blenda que ha mezclado con ácido. Intenta encontrar la piedra filosofal continuando estudios descritos en pergaminos amarillos y crujientes. Pero fracasa una y otra vez.
Deja de llover y un rayo de sol, tÃmido, se posa sobre la mesa. Asà que coloca un cristal en su camino y se pone a pensar: será cierto, como dicen, que el cristal pinta a la luz de colores o será al revés, será tal vez que los colores vuelan juntos, abrazados en el rayo y que al llegar al cristal el azul corre menos y por eso, como un carro que llega al barro, se desvÃa al ir más lenta la rueda empantanada, y se separa de sus hermanos y se crea el abanico de colores. ¿Y si hubiera una forma de seleccionar sólo un color y hacerlo pasar otra vez por el cristal para vez si se destiñe…? ¿y si…?
Mira el huerto y las manzanas brillan por la lluvia reciente. Una racha de viento desprende una que cae sobre la tierra húmeda. Y las horas se le pasan como si fueran parpadeos, diseñando argucias para arrancar la verdad escondida en la luz y en las manzanas. Lee, durante horas, al lado de la chimenea, se olvida de comer, de acostarse. Intenta encontrar qué sabÃan los gigantes, qué de entre todo lo escrito no es fantasÃa o buenos deseos sino la sangre y los huesos del mundo.
Isaac Newton construye un carro que se impulsa desde dentro con una manivela, un molino que se mueve con una noria sobre la que corre un ratón, hace maquetas, estudia como vuelan los cometas, mide la fuerza de las tormentas, fabrica linternas, trampas para cazar pájaros, puertas en las casas para perros y gatos, relojes de sol, cientos de relojes de sol, la teorÃa del enfriamiento, monedas que no pueden ser falsificadas, el dinamómetro, la naturaleza de la luz, el cálculo diferencial e integral, el teorema del binomio, el problema de la braquistócrona, la fórmula de Newton-Cotes, la espectroscopÃa, un nuevo tipo de telescopio, la ley de la convección térmica, la ley de la viscosidad de los fluidos, las leyes de la mecánica y la ley de la gravitación universal.
Nadie, nadie, ha entendido tanto, ha construido tanto, nos ha iluminado tanto, nos ha cambiado tanto y tan para siempre. Tuvo éxito en todo. Casi. En todo excepto en sus estudios de alquimia y del horóscopo. Les dedicó mucho esfuerzo pero tuvo que rendirse a la evidencia: las estrellas no nos explican ni nos gobiernan ni nos impulsan, y no es posible sacar oro del plomo o del azufre. Por muchos sueños e historias que escondamos en las estrellas, éstas no consiguen gobernarnos. Nos miran impasibles en las noches claras, y en silencio nos esperan. Por mucho que la mezcla en el matraz brille, ahà no está el oro.
Aunque en realidad Isaac encontró todo el oro que está trenzado en el arco iris y en los lÃquidos y en los planetas. Y el que está escondido en las manzanas.