‘Premio del público’ del XIII concurso ‘La Ciencia y tú. Soy una gota de agua’
INOCENTE O CULPABLE / LARA MAGDALENO HUERTAS
TenÃa muy complicado salir victoriosa del juicio sin ser condenada. De hecho, a pesar de lo poderosa que era, no poseÃa riqueza suficiente para contratar un abogado que defendiera su aparente inocencia y le fue asignado un letrado de oficio que ni siquiera intentó disimular su disgusto.
Era un caso con vÃctimas y aquello siempre complicaba cualquier opción. PodÃan alegarse responsabilidades a arquitectos, ingenieros o a instituciones por permitir construir en torrenteras de barrancos y rÃos. Poco importaba si la acusación intentaba explicar que la fuerza de un metro cubico de agua era la misma que un toro de 1000 kilos. HabÃa muertos y eso se iba a utilizar en su contra, intentando mostrar a la acusada como una asesina sin escrúpulos, un ser maligno y macabro, capaz de crear la belleza infinita o el caos y el dolor.
¿Cómo convencer al jurado de que ella solo se habÃa mantenido fiel a su esencia? No se le podÃa pedir a la niebla que la piedad la hiciera dispersarse para ser una neblina o una bruma: las leyes de la naturaleza dictan la norma. Si el aire frÃo surca una masa de agua cálida, la niebla por evaporación está asegurada. ¿Cómo hacerles ver que un lago fantasmagórico no es tal sino la niebla planteada? Donde ella ve la fÃsica de la atmósfera ellos ven maldad.
¿Cómo van a comprender que la cencellada no son alfileres de tortura sino cristales caprichosos de niebla que se congela?
¿Qué le hizo la acusada a la nube para que se colapsara y comenzara a verter agua de un modo diabólico? ¿Escuchará el jurado que la actividad eléctrica fue cosa del trajÃn interno del cumulonimbus y no de ella, que en la tormenta eléctrica el viento también es un componente relevante?
No lo cree, sabe que es difÃcil porque no la conocen, porque la despilfarran a su antojo, intentan manejarla, reconducirla y someterla y ella es como es, salvaje, sosegada, pequeña y descomunal a la vez.
De vez en cuando alguna pregunta más ruin que la anterior altera su superficie en apariencia sosegada. Tal vez una gota se escapa, una gota de algo que
podrÃa ser una lágrima. ¿Tiene lágrimas una asesina?- brama la acusación. Y la procesada se estremece, convulsionándose como ondas superficiales que recorren su cuerpo cambiante. Ella es tantos estados diferentes que podrÃan alegar en su contra trastornos mentales. Ya lo imagina: enajenación hidráulica o delirio por la actividad de un fluido.
Aún queda la parte más cruda: hablar de la nieve, de la crueldad de los aludes que ella, por supuesto, provocó, creando un cementerio blanco y macabro.
La acusada sigue temblando como si tuviera frÃo. FrÃo, dice la acusación, se permitirá demostrar frÃo cuando es su sangre gélida la que mató a las vÃctimas. Sangre, por decir algo, eso que ella tiene no se merece el nombre de plasma, no puede tener sangre algo tan despiadado.
El tiempo corre en su contra, se agota, lo ve en la clepsidra que preside su mente.
El jurado debe emitir un veredicto que la expresión de sus rostros ya anticipa. Como cortesÃa o piedad, se le pregunta a la acusada: ¿Tiene algo que alegar? ¿Cómo se declara?
-Me declaro inocente. Yo soy todas esas descripciones pero no tengo maldad. Yo solo soy una combinación precisa de hidrógeno y oxÃgeno. Sólida, lÃquida o gaseosa, yo solo soy una de tantas, una gota de agua.